Trozos Selectos

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Author: Rubén Darío

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RUBÉN DARÍO

Rubén Darío He spent several years in South America where he practised journalism and then settled in Madrid for a while. He was the author of several books and was especially successful as a short-story writer. His daring poetical innovations, his original style, and his delicate genius have had a great influence on contemporary Spanish literature.

El Fardo

Allá lejos, en la línea como trazada con un lápiz azul, que separa las aguas y los cielos, se iba hundiendo el sol, con sus polvos de oro y sus torbellinos de chispas purpuradas, como un gran disco de hierro candente. Ya el muelle fiscal iba quedando en quietud; los guardas pasaban de un punto a otro, las gorras metidas hasta las cejas, dando aquí y allá sus vistazos. Inmóvil el enorme brazo de los pescantes, los jornaleros se encaminaban a las casas. El agua murmuraba debajo del muelle, y el húmedo viento salado, que sopla de mar afuera a la hora en que la noche sube, mantenía las lanchas cercanas en continuo cabeceo.

Todos los lancheros se habían ido ya; solamente el viejo tío Lucas, que por la mañana se había estropeado un pie al subir una barrica a un carretón, y que, aunque cojín cojeando había trabajado todo el día, estaba sentado en una piedra, y, con la pipa en la boca, veía triste el mar.

— ¡Eh, tío Lucas! ¿se descansa?

— Sí, pues, patroncito.

Y empezó la charla, esa charla agradable y suelta que me place entablar con los bravos hombres toscos que viven la vida del trabajo fortificante, la que da la buena salud y la fuerza del músculo, y se nutre con el grano del poroto y la sangre hirviente de la viña.

Yo veía con cariño a aquel rudo viejo, y le oía con interés sus relaciones, así, todas cortadas, todas como de basto, pero de pecho ingenuo, ¡Ah, conque fué militar! ¡Conque de mozo fué soldado de Bulnes! ¡Conque todavía tuvo resistencias para ir con su rifle hasta Miraflores! Y es casado, y tuvo un hijo, y . . .

Y aquí el tío Lucas:

— ¡Sí, patrón; hace dos años que se me murió!

Aquellos ojos, chicos y relumbrantes bajo las cejas grises y peludas, se humedecieron entonces.

— ¿Que cómo murió? En el oficio, por darnos de comer a todos; a mi mujer, a los chiquitos y a mí, patrón, que entonces me hallaba enfermo.

Y todo me lo refirió, al comenzar aquella noche, mientras las olas se cubrían de brumas y la ciudad encendía sus luces; él, en la piedra que le servía de asiento, después de apagar su negra pipa y de colocársela en la oreja y de estribar y cruzar sus piernas flacas y musculosas, cubiertas pot los sucios pantalones arremangados basra el tobillo.

El muchacho era muy honrado y muy de trabajo. Se quiso ponerlo a la escuela desde grandecito; ¡pero los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el cuartucho!

El tío Lucas era casado; tenía muchos hijos. Había, pues, mucha boca abierta que pedía pan, mucho cuerpo magro que temblaba de frío; era preciso ir a llevar que comer, a buscar harapos, y para eso, quedar sin alimen-tos y trabajar como un buey.

Cuando el hijo creció ayudó al padre. Un vecino, el herrero, quiso enseñarle su industria; pero como entonces era tan débil, casi un armazón de huesos, y en el fuelle tenía que echar el bofe, se puso enfermo y volvió al conventillo, ¡Ah, estuvo enfermo! Pero no se murió, ¡No murió! Y eso que vivían en uno de esos hacinamientos humanos, entre cuatro paredes destartaladas, viejas, feas, en una callejuela inmunda, hedionda a todas horas y alumbrada de noche por escasos faroles, ¡Sí! entre la podredumbre, al estrépito de las fiestas tunantescas, el chico vivió, y pronto estuvo sano y en pie.

Luego llegaron sus quince años.

El tío Lucas había logrado, tras de mil privaciones, comprar una canoa. Se hizo pescador.

Al venir el alba iba con su mocetón al agua, llevando los enseres de la pesca. El uno remaba, el otro ponía en los anzuelos la carnada. Volvían a la costa con buena esperanza de vender lo hallado, entre la brisa fría y las opacidades de la neblina, cantando en baja voz alguna «triste» y enhiesto el remo triunfante que chorreaba espuma.

Si había buena venta, otra salida por la tarde.

Una de invierno había temporal. Padre e hijo, en la pequeña embarcación, sufrían en el mar la locura de la ola y del viento. Difícil era llegar a tierra. Pesca y todo se fué al agua, y se pensó en librar el pellejo. Luchaban como desesperados por ganar la playa. Cerca de ella estaban; pero una racha maldita les empujó contra una roca, y la canoa se hizo astillas. Ellos salieron sólo magullados; ¡gracias a Dios!, como decía el tío Lucas al narrarlo. Después, ya son ambos lancheros.

Sí, lancheros; sobre las grandes embarcaciones chatas y negras; colgándose de la cadena que rechina pendiente como una sierpe de hierro, del macizo pescante que semeja una horca; remando de pie y a compás; yendo con la lancha del muelle al vapor y del vapor al muelle, gritando: ¡hiiooeep!, cuando se empujan los pesados bultos para engancharlos en una uña potente que los levanta, balanceándolos como un péndulo; ¡sí! lancheros; el viejo y el muchacho, el padre y el hijo; ambos a horcajadas sobre un cajón, ambos forcejando, ambos ganando su jornal, para ellos y para sus queridas sanguijuelas del conventillo.

Íbanse todos los días al trabajo, vestidos de viejo, fajadas las cinturas con sendas bandas coloradas, y haciendo sonar a una sus zapatos groseros y pesados, que se quitaban al comenzar la tarea, tirándolos en un rincón de la lancha.

Empezaba el trajín, el cargar y descargar. El padre cuidadoso: — ¡Muchacho, que te rompes la cabeza! ¡Que te coge la mano el chicote! ¡Que vas a perder una canilla! — Y enseñaba, adiestraba, dirigía al hijo, con su modo, con sus bruscas palabras de obrero viejo y de padre encariñado.

Hasta que un día, el tío Lucas no pudo moverse de la cama, porque el reumatismo le hinchaba las coyunturas y le taladraba los huesos.

¡Oh! Y había que comprar medicinas y alimentos; eso sí.

— Hijo, al trabajo, a buscar plata; hoy es sábado.

Y se fué el hijo, solo, casi corriendo, sin desayunarse, a la faena diaria.

Era un bello día de luz clara, de sol de oro. En el muelle rodaban los carros sobre sus rieles, crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo, el son del hierro, traqueteos por doquiera, y el viento pasando por el bosque de árboles de jarcias de los navíos en grupo.

Debajo de uno de los pescantes del muelle, estaba el hijo del tío Lucas con los lancheros, descargando a toda prisa. Había que vaciar la lancha repleta de fardos. De tiempo en tiempo, bajaba la larga cadena que remata en garfio, sonando como una matraca al correr con la roldana; los mozos amarraban los bultos con una cadena doblada en dos, los enganchaban en el garfio, y entonces éstos subían a la manera de un pez en el anzuelo, o del plomo de una sonda, ya quietos, ya agitándose de un lado a otro, como un badajo, en el vacío.

La carga estaba amontonada. La ola movía pausadamente de cuando en cuando la embarcación colmada de fardos. Éstos formaban una a modo de pirámide en el centro. Había uno muy pesado, muy pesado. Era el más grande de todos, ancho, gordo y oloroso a brea. Venía en el fondo de la lancha. Un hombre, de pie sobre él, era pequeña figura para el grueso zócalo.

Era algo como todos los prosaísmos de la importación, envueltos en lona y fajados con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos negros, había letras que miraban como ojos. — Letras en «diamante» — decía el tío Lucas. — Sus cintas de hierro estaban apretadas con los clavos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, linones y percales.

Sólo él faltaba.

— ¡Se va el bruto! — dijo uno de los lancheros.

— El Barrigón — agregó otro.

El hijo del tío Lucas, que estaba ansioso de acabar pronto, se alistaba para ir a cobrar y desayunarse, anudándose un pañuelo de cuadros al pescuezo.

Bajó la cadena lanzando en el aire. Se amarró un gran lazo en el fardo, se probó si estaba bien seguro, y se gritó: ¡Iza!, mientras la cadena tiraba de la masa, chirriando y levantándola en vilo.

Los lancheros, de pie, miraban subir el enorme peso, y se preparaban para ir a tierra, cuando se vió una cosa horrible. El fardo, el grueso fardo, se zafó del lazo, como de un collar holgado saca un perro la cabeza; y cayó sobre el hijo del tío Lucas, que, entre el filo de la lancha y el gran bulto, quedó con los riñones rotos, el espinazo desencajado y echando sangre negra por la boca.

Aquel día no hubo pan ni medicinas en casa del tío Lucas, sino el muchacho destrozado, al que abrazaba llorando el reumático, entre la gritería de la mujer y de los chicos, cuando llevaban el cadáver al cementerio.

Me despedí del viejo lanchero, y a pasos elásticos dejé el muelle, tomando el camino de la casa y haciendo filosofía con toda la cachaza de un poeta, en tanto que una brisa glacial, que venía de mar afuera, pellizcaba tenazmente las narices y las orejas.

QUESTIONS

1. ¿Cuál es el título de este cuento? 2. ¿Qué es un fardo? 3. ¿Cuándo iba quedando en quietud el muelle? 4. ¿Qué hacían los guardas? 5. ¿Qué hacía el viento? 6. ¿Se habían ido ya todos los lancheros? 7. ¿Por qué cojeaba el tío Lucas? 8. ¿Con quién empezó la charla el tío Lucas? 9. ¿Qué contó el tío Lucas? 10. ¿Qué familia tenía? 11. ¿Cuánto tiempo hacía que se le había muerto el hijo? 12. ¿Qué quiso hacer el herrero? 13. ¿Por qué no le enseñó el herrero? 14. Deseriba la vivienda del tío Lucas. 15. ¿Qué les sucedió un día de invierno? 16. ¿Qué se hicieron después de perder la canoa? 17. ¿Qué clase de embarcación es una lancha? 18. ¿Cómo vestían cuando iban al trabajo? 19. ¿De qué sufría el tío Lucas? 20. ¿Para qué necesitaban dinero? 21. ¿Dónde estaba el hijo del tío Lucas descargando? 22. ¿Cómo amarraban los bultos? 23. ¿A qué se parecían los bultos que subían? 24. ¿Qué nombres dieron al último fardo de la lancha? 25. ¿Era grande o pequeño? 26. ¿Qué significa la palabra ¡Iza! ? 27. ¿Cómo murió el hijo del tío Lucas? 28. ¿Qué faltó en casa aquel día? 29. ¿Qué hizo el escritor después de oír esta historia? 30. ¿De dónde venía la brisa y que hacía?

EXERCISE

Contar (ind.cuento;subj. cuente), to relate: acaba de contar esto, he has just related this; to count; to depend upon (contar con): ¿puedo contar con usted?, may I depend upon you?

Hablar, to speak, talk, address: é1 habla inglés, he speaks English; habla del bote, he speaks about the boat; sevieron y se hablaron, they met and they spoke to each other.

Decir (pp.dicho; gerund, diciendo;ind.digo;pret.dije;fut.diré;subj.diga), to say, tell.

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Chicago: Rubén Darío, "El Fardo," Trozos Selectos in Trozos Selectos, ed. Arturo Fernandez and Joseph M. Purdie (New York: Henry Holt and Company, 1919), 33–40. Original Sources, accessed April 26, 2024, http://www.originalsources.com/Document.aspx?DocID=4B99FE9B4ANYCA6.

MLA: Darío, Rubén. "El Fardo." Trozos Selectos, in Trozos Selectos, edited by Arturo Fernandez and Joseph M. Purdie, New York, Henry Holt and Company, 1919, pp. 33–40. Original Sources. 26 Apr. 2024. http://www.originalsources.com/Document.aspx?DocID=4B99FE9B4ANYCA6.

Harvard: Darío, R, 'El Fardo' in Trozos Selectos. cited in 1919, Trozos Selectos, ed. , Henry Holt and Company, New York, pp.33–40. Original Sources, retrieved 26 April 2024, from http://www.originalsources.com/Document.aspx?DocID=4B99FE9B4ANYCA6.