Escena XI

DICHOS, DOÑA DOLORES y GREGORIA, que coge un vaso de
encima de la mesa

DOL. ¿Ha ocurrido algo? (A Maruja, que ha ido
al foro.)

MAR. No, señora. Aquí tiene usted al enfermo.

DOL. ¡Hola! ¿Y qué tal te encuentras?

CAR. Muy bien; digo . . . así, así. Bien no me
encuentro nunca. ¡Ay! (Suspirando.)

GREG. Pues hoy tiene usted mejor cara. Ayer,
cuando llegó usted, parecía un difunto.

DOL. (No seas animal.) Dame. (Cogiendo la
jarra.) Te traigo una leche riquísima. Recién ordeñada.
Vas a tomar un vasito. (Llenándolo de leche.)

CAR. No; ahora no puedo más.

DOL. ¿Eh?

MAR. Se ha empeñado en no tomar nada.
Quería yo darle unos bizcochitos con vino . . .

DOL. No; ya sabes lo que ha dicho don Saturio.
Leche y nada más que leche. Toma, toma. (Obligándole.)

CAR. Pero encima del vinagre. (Rechazando el
vaso.)

DOL. ¿Qué?

MAR. Se queja de que tiene el estómago como
avinagrado.

DOL. Esto te aliviará; necesitas alimentarte.
Vamos, hijo, vamos.

MAR. (A Carlos.) Bebe, hombre, bebe.

CAR. No hay más remedio. (Bebe en tres sorbos
todo el contenido del vaso, mostrando repugnancia.
Cuando se detiene al beber, doña Dolores le anima.)

DOL. ¡Ajajá! Verás qué bien te sienta. Con
esto y con el ejercicio te restablecerás pronto.
(Gregoria deja la jarra y el vaso sobre la mesa y vase
a la cocina.)

CAR. No, tía, no; yo necesito ir a París.

DOL. Bueno, si no hay otro remedio, ya irás.

CAR. No hay otro remedio: créame usted a mí.

DOL. Anímate, hombre; y anímale tú, mujer.

CAR. Ya me anima, ya.

MAR. Sí, señora; procuro distraerle.

DOL. Ante todo, es preciso dominar los nervios.
A tu edad las enfermedades por graves que sean, se
curan fácilmente.

CAR. ¡Ay! (Quejándose de veras y llevándose las
manos al estómago.) ¡Las truchas!

DOL. (¡Pobrecillo! Se le ve en la cara el sufrimiento.
(Aparte a Maruja.) Indudablemente don
Saturio no sabe lo que tiene este muchacho.)

MAR. (No lo sabe, no, señora.)

(Vase doña Dolores por la primera derecha.)