Belcebú
(Adapted from Emilia Pardo Bazán)
LA HISTORIA empieza exactamente el 28 de febrero de 1689. El 12 del mismo mes, en Madrid, había fallecido, a los veintisiete años de edad, la reina doña Marí Luisa de Orleáns, primera mujer de Carlos II, a quien llamaron después «el Hechizado».
Dos semanas después llegó a la ciudad de Estela un hombre 5 joven, de aspecto distinguido, con señales de haber caminado a pie durante largo tiempo. Preguntó por la residencia de don Fernando de Aponte, conde de Landoira, y le guiaron a ella. Traía una carta y, admitido a la presencia del conde, presentó la misiva, en la cual don Nicolás de Guzmán y Caraffa, príncipe de Astigliano, recomendaba al portador, que deseaba seguir la carrera eclesiástica, y careciendo de dineros se prestaba a cualquier trabajo si le mantenían y le daban horas disponibles para el estudio. Llamábase el caballero Justino Rolando, natural de Nápoles, en Italia.
La familia del conde de Landoira se componía de su esposa doña Juana Marino y de dos hijos: don Enrique, de catorce años, y doña Colomba, de doce a trece. Había resuelto el conde que don Enrique no tardaría en ser enviado a la corte, y doña Colomba, al cumplir la edad de diez y seis años, se casaría con su primo el marqués de Armariz.
Gustó al conde el encontrar en el forastero una persona de entendimiento sutil, conocimientos varios y letra clarísima, que, sin sueldo, le sirviese de secretario. Desde el primer momento Rolando se captó la confianza del señor.
Sólo una persona influyente en la casa mostró al pronto, y más cada día, violenta repulsión a Rolando. Esta persona fué el Inquisidor y padre Visitador del convento de San Francisco, Fray Diego de las Llagas.
Por deberes de su cargo de Visitador, fray Diego se hallaba ausente de Estela cuando Rolando llegó al Palacio de Landoira. Una tarde presentóse ahí el fraile y entró en el saloncito donde solía sentarse don Fernando. A su lado se hallaba el «caballero» Rolando, y al cruzarse con la del fraile su mirada, una sacudida de antipatí retembló en los nervios de ambos.
Apenas hubo salido Rolando, dijo el fraile:
—¡Ni una hora le tendría yo en casa, ni disfrutaría un momento tranquilo si le tuviese!
—¡Sea mejor pensado su paternidad!—replicó don Fernando. —¿Qué pecado ha cometido este joven, si puede saberse?
—¡Hum, hum!—murmuraba el inquisidor, no hallando respuesta categórica.
—Él estudia. Él no sale sino a la iglesia, al anochecer. Él no levanta la voz a nadie. Él no tiene un vicio . . .
—¡Pero, peor, peor!—insistió el franciscano.—¿Conque sin vicios? Preferiría que tomase vino, o jugara o se divirtiera . . . , y no tanta santidad . . .
—¡Fray Diego, qué está usted diciendo!—exclamó el conde.
—Dios sabe perfectamente lo que quiero decir, señor de Aponte . . . Barro es el hombre, y pecadores somos, y es de temer que quien no peca como hombre, peque como diablo . . . Antes podría dudar de ese joven, pero ahora jurarí . . .
—¿Qué?—insistió el conde.
—Ya veremos . . . Ya que no lo manda a la calle, lo que más valdrí, ¡tenga cuidado!.
Un mes después de esta plática trasladóse la familia al Pazo de Landoira, lugar predilecto de Don Fernando. Era ésta una residencia veraniega. Invitó el conde a fray Diego a que pasase con ellos en el campo un par de semanas de descanso; el inquisidor aceptó y durante esos días se ejercitó en tratar de descubrir algo sospechoso en los procederes del italiano, por quien seguía sintiendo una repulsión instintiva. Fué inútil su cuidado; Rolando no hacía nada que pudiese ser objeto de censura.
Había algo que le preocupaba también especialmente en la casa de Landoira, y era doña Colomba, la hija de los condes. Fray Diego la adoraba; era su confesor y conocía la belleza de su alma adornada con grandes virtudes. Doña Colomba parecía la imagen de una de esas vírgenes-niñas, de frente espaciosa y ojos inocentes, que se ven en los cuadros de los pintores primitivos. Doña Colomba inspiraba a Fray Diego un cariño protector, unido a una especie de alarma medrosa.
Se enteró, con pena, el fraile de que Colomba hacía duras penitencias, y se decía que la habían hallado en su cuarto en algo que parecía éxtasis. El fraile relacionó dos hechos sin conexión aparente: los éxtasis de la niña y la presencia del italiano. En el confesonario Colomba declaró que los ojos de Rolando le producían inquietud y que la hacían sufrir hasta en sueños.
Antes de despedirse de los condes, fray Diego celebró con ellos una conferencia y logró que le prometieran que doña Colomba pasaría en el convento de la Santa Enseñanza los peligrosos años que separan a la niñez de la adolescencia, y sólo saldría del convento para unirse a su prometido.
El mismo invierno en que Colomba entró en la Santa Enseñanza, su hermano don Enrique fué enviado a la corte.
El fraile salió de viaje y, al regreso, fué inmediatamente al convento. La iglesia estaba solitaria a tales horas; ante el altar mayor se postraba una figura negra. El franciscano quedó sorprendido; el devoto era Rolando.
«¿A qué viene este hombre aquí?»
Momentos después la abadesa daba al inquisidor noticias de la hija de los condes de Landoira. Era una santita y un ejemplo por sus virtudes y su devoción; el genio algo triste. Su futuro esposo, el joven marqués de Armariz, había venido un día a visitarla. La niña no alzó la vista del suelo durante la visita. Tanto que el marqués dijo: «No he conseguido saber de qué color tiene los ojos».
Pensando en estos informes, que parecían buenos, pero que no le agradaban, se encaminó fray Diego al palacio de Landoira. Desde el portal pudo advertir muchas innovaciones. Encantadoras tapicerías francesas; criados de librea. En lugar de los serios muebles al estilo español, vió espejos dorados y en la pared cuadros de figuras desnudas.
Su indignación creció al ser introducido en el salón donde solía pasar las tardes el conde. Sedas y terciopelos. En una especie de lecho apartado, estaba tendido el señor de Aponte, cubierto con una bata de hechura francesa. Sobre una mesita había frascos llenos de vino, y pasteles y dulces en platos de plata, quemándose en un incensario un perfume que daba mareos, y al lado de su esposo doña Juana, escotada y cubierta de joyas y encajes, prodigando caricias al conde que sonreía con baboso libertinaje.
El inquisidor se persignó y avanzó después, exclamando, sin poder contenerse:
—Hermana, cubra ese pecho . . .
La cara flaca del conde no se podía definir a primera vista. «¿Era aquel don Fernando de Aponte?» El fraile se detuvo sin querer creer lo que veía.
—¿Qué buen viento le trae, fray Diego?—dijo al fin el conde. —¿Cómo le ha ido en Roma? ¿Está reconciliado con Italia?
—Mal pudiera reconciliarme con Italia—contestó el fraile mirando a doña Juana;—de allí viene ese arte maldito de la brujería y las drogas para atontar a los hombres . . .
Doña Juana temblaba, pálida bajo el colorete.
—¿Cuándo casamos a doña Colomba?—preguntó el fraile.—El día de su salida de la Santa Enseñanza debe ser el de sus bodas.
—De mi hija dispongo yo—contestó don Fernando,—lo mismo que de mi mujer . . .
Y acarició la garganta de la señora que se echó atrás, confusa por la presencia del inquisidor. Éste, gravemente se levantó dirigiéndose hacia la puerta, y exclamando:
—Aquí no se puede encontrar silla de amigo. Queden en paz los condes de Landoira.
Al salir, lleno de indignación, encontráronse el fraile que iba y Rolando que venía. Los ojos verdes del italiano brillaron y el fraile volvió a persignarse . . .
Aquel mismo anochecer, en un sombrío aposento, conversaban el canónigo don Tomás Resende y fray Diego de las Llagas. Éste contaba sus ansiedades y sus sospechas.
—Muchas veces le he dicho—declaró don Tomás—que tener blandura con los malos es peor que ser malo. Si desde que apareció en Estela ese hechicero italiano se le hubiese encerrado en un calabozo, no podría haber hechizado a toda la familia de Landoira. Que la Inquisición se las arregle mañana mismo con ese brujo.
—Será un escándalo terrible en Estela—replicaba fray Diego —y los Landoira, mis amigos, quedarán manchados.
—Entonces—dijo el canónigo,—que vigilen al brujo.
Quedaron en esto de acuerdo los dos inquisidores, así como en apresurar la boda del marqués de Armariz con doña Colomba.
Con gran sorpresa supieron, al día siguiente, que don Fernando y doña Juana, habían salido hacia el Pazo de Landoira, acompañados por sus sirvientes. En aquel tiempo las comunicaciones eran difíciles y Landoira dista ocho leguas de Estela.
Abandonando graves negocios salió fray Diego, caballero en una mula rumbo al Pazo de Landoira. Lo primero que hizo fué ponerse al habla con el abad del convento de ese lugar.
—Infestado anda el país de brujería—declaró el abad de Landoira.—Nunca he visto cosa igual. Se reúnen las hechiceras en la fuente de los Angeles y en la cueva de la Peña, que están cerca del río. En cuanto al señor Rolando no sé qué decir. Hace mucho tiempo que la gente murmura que ese hombre posee secretos, aprendidos, según dicen, del célebre brujo Renato el Florentino, consejero de Catalina de Médicis. En los sótanos del palacio de Landoira tiene instalado una especie de laboratorio. Me contaba una criada que ha mandado matar tres cerdos enormes. Después los ha hecho colgar en la bodega. Así los dejó quince o veinte días hasta que se pudrieron . . . No encuentro explicación a tal capricho.
Calló el abad al notar que a fray Diego se le descomponía el semblante. El fraile venía de Roma donde había escuchado la historia del «aqua Tofana», el célebre veneno de los Borgias, obtenido frotando con arsénico el cuerpo de un cerdo muerto y recogiendo cuidadosamente el líquido que gotea de la carne descompuesta y venenosa . . .
Fray Diego le pidió al abad un disfraz que deseaba portar para emprender personalmente las investigaciones. Serían las once de la noche cuando salió del convento el fraile vestido de campesino. Era su intención descubrir lo que a tales horas sucediese en el palacio. La aventura animaba el espíritu del hombre de acción. Estaba en campaña contra «Belcebú».
Sin ser visto pudo introducirse el fraile en el palacio por un pasillo secreto que daba acceso a varias habitaciones que nunca usaba la familia. Le extrañó ver luz en uno de estos aposentos. Subió el franciscano a un mueble antiguo y, acercando el rostro al cristal de una ventana, vió, desde la sombra, un cuadro que le heló la sangre.
La chimenea ardía en el salón, a pesar de haber pasado la estación del frío. Cerca del fuego, ante una mesa de mármol, doña Juana y Rolando se dedicaban a una extraña tarea. Armada la condesa de tijeras, agujas e hilo, cortaba pequeñas prendas de ropa para vestir a un muñeco de cera, en cuyo semblante creyó fray Diego encontrar vaga semejanza con el de don Fernando de Aponte, Conde de Landoira. Las manos de doña Juana no descansaban arreglando un traje parecido al que portaba su esposo. El italiano le daba prisa.
—Pronto, pronto . . . , antes de la media noche . . .
Y las tijeras rechinaban y la aguja corría, corría. . . Cuando el muñeco estuvo vestido, Rolando decía apresurado:
—Pronto, los cabellos . . . , los recortes de las uñas . . . , el diente . . .
De un papel extrajo doña Juana unos rizos de pelo y un diente blanco y pequeño. Eran recuerdos de la infancia de don Fermando. Rápidamente adaptó Rolando los rizos a la cabeza del muñeco, metió el diente en la boca de cera y en las manos colocó los pedazos de uñas . . . Tomó luego el muñeco y, en el lugar del corazón, le clavó varias veces un largo alfiler, murmurando las palabras de un conjuro. Luego dijo:
—Ahora tú, condesa.
Fray Diego lloraba y rugía a la vez, de dolor y de indignación, cuando la mano de la esposa, manejando el alfiler, apuñaló el pecho del muñeco, representación del marido.
Un viejo reloj de caja dió la primera campanada de la media noche.
—Ahora—dispuso Rolando,—al fuego con él . . .
Doña Juana cumplió la orden . . . Depositó la figura sobre las brasas de la chimenea; la llama prendió en el vestido, abrasó el pelo y derritió la cera . . . Se oyó un gemido . . . Un chorro de chispas voló al consumirse todo . . .
Fray Diego se bajó del mueble y huyó. Cuando llegó al convento, lo único que pudo decir fué:
—Voy a acostarme . . . , no estoy bien . . . , écheme encima algún abrigo . . .
La fiebre se declaró a las pocas horas.
Cinco días más tarde cesó el delirio y, al abrir los ojos, después de un sueño de los que reparan las fuerzas, gritó incorporádose en la cama:
—¡Landoira! ¡Landoira! Abad, pronto dígame, ¿qué ha sucedido en el palacio?
—Ha pasado algo muy malo—contestó el abad,—pero no es hora para pensar en ello . . . Duerma y sane . . .
—Dígamelo. . . Ya estoy bien, gracias a Dios. Cuénteme cuanto sepa.
—Pues . . . al otro día de caer usted enfermo, corrió la noticia de que a la una de la madrugada había muerto el señor conde de Landoira. . . Le enterraron al otro día a las nueve de la mañana en el panteón de la capilla. . .
—¿Tan pronto? ¿No velaron y le rezaron al cadáver?
—No . . .—y el abad bajó la voz.—Decían que estaba muy desfigurado . . . con manchas oscuras. . . Dicen que la señora condesa está como atontada, y que no tiene entendimiento para cosa ninguna . . . , y que, al otro día de morir el conde, salió camino de Estela el italiano, con la litera. . .
—¿La litera . . .? ¿Para qué . . .?
—Para traer a doña Colomba . . . , a la hija de los condes. Ya está aquí desde hace días.
Arrojando con violencia las mantas y las sábanas que le cubrían, saltó al suelo el fraile y, sin oír consejos, gritó:
—¡Mis hábitos, mis sandalias! . . . ¡No hay que perder un solo instante! . . . ¡Debo ver a doña Colomba ahora mismo!
Mientras fray Diego se disponía a ir en busca de la hija del conde de Landoira, ésta, sentada en una piedra, al pie de la fuente llamada de los Ángeles, oía atentamente las palabras de Rolando:
—Puedes quererme sin temor, azucena mía. Yo también sé preferir la pureza a los demás dones. Es mi ensueño que un alma sea completamente mía; y que sea la más alta, como la tuya. . . ¡A eso aspiro! (Y Rolando suspiró hondamente.)
—Si el amor es compasión, amor te tengo—decía doña Colomba.—Quiero para mí tu dolor y tu castigo. Cuando te conocí, sentí curiosidad y . . . miedo. Ahora conozco que soy tu hermana, tu favorita.
—Sí, Colomba, me perteneces en muerte y en vida.
—Te pertenezco . . .—repitió Colomba pensativa.
—¡Azucena, a mí serás consagrada . . . por siempre y más allá de este mundo! . . .
Y Rolando, aproximándose, sopló suavamente sobre los ojos y los cabellos de la niña, y a paso lento se alejó, volviéndose para mirarla.
Fray Diego encontró a Colomba en una postura extática. A las primeras palabras de apresurar la boda con el marqués de Armariz, Colomba se levantó serena y muda. Insistió el franciscano, y la hija del conde acabó por responder:
—He hecho voto—murmuró con tenaz dulzura—de no casarme nunca.
Y Colomba, haciendo un gesto de inmenso desdén, se alejó por donde había desaparecido Rolando.
El franciscano cabalgó inmediatamente rumbo a Estela y, sin perder momento, púsose en comunicación con el canónigo. Encerrados y juntos estuvieron más de dos horas ambos inquisidores. La misma tarde salió nuevamente fray Diego hacia Landoira; pero esta vez no iba solo: llevaba de escolta a tres hombres callados, seguros y valientes, acostumbrados a realizar las prisiones y justicias del Tribunal de la Fe.
Llegaron a la casa del abad, el cual informó a fray Diego de la desvergüenza de los brujos y hechiceros, que ya era insoportable.
—He tenido informes—decía el cura—de que se juntan semanalmente en la fuente de los Ángeles.
—¿Se reunirán esta noche?—interrogó el franciscano.
—Con seguridad, porque es noche de San Juan y de luna llena. Creen que la fuente está encantada y que el diablo viene a ella para recibir culto.
Recordó fray Diego que allí había visto a Colomba. ¿Acudiría Rolando a la reunión maldita? Era bueno informarse. Ordenó que se escondiera la escolta en las tapias del cementerio, no lejos de la fuente, y que estuvieran pendientes de una señal convenida. Fray Diego y el cura se ocultarían detrás del ruinoso paredón que sostenía la fuente.
La plazoleta estaba desierta aún.
Llegó primeramente una vieja apoyada en dos muletas. A la primera hechicera coja siguió una jorobada y otra que era un verdadero esqueleto. Hombres de aspecto igualmente ridículo las escoltaban: un tuerto, uno sin piernas, otro casi enano. La luna exageraba en caricatura las sombras de aquellos seres deformes. Acarrearon algunos leños y, pegándoles fuego, pronto brilló la hoguera. Cogiéndose de las manos danzaron en torno a la hoguera.
De pronto se paró la rueda. Avanzaban hacia el fondo de la plazoleta dos figuras vestidas de negro. Eran Rolando y Colomba dándose la mano. Sentóse el italiano en la piedra y los brujos vinieron a besarle los pies.
—¿Habéis hecho todo el mal posible?—preguntó él.
Sí, sí—exclamaron todas las voces.
—Entonces sois dignos de ver a vuestra reina. Miradla qué hermosa, pero no os acerquéis. Desde lejos podréis asistir a su consagración. Llegó el momento—le dijo a la niña.
Colomba se adelantó. Rolando con la varita de avellano que empuñaba, trazó el círculo mágico. De sus labios brotaban las palabras del conjuro. Colomba se colocó en el centro del círculo, invocando los nombres de Leviatán y Belcebú. Luego, Colomba principió a despojarse de sus vestidos de luto.
En este mismo instante fray Diego llamó a sus hombres.
Prendan a todos . . . menos a Colomba—ordenó el fraile y, cogiendo los vestidos de seda negra, cubrió con ellos a la niña.
—¡Jesús! ¡Santa María! ¡San Silvestre! ¡Brujas fuera!
Rolando fué conducido a los calabozos de la Inquisición de Estela.
La hija de los condes de Landoira quedó con su madre en el Palacio.
Rolando fué encerrado en una prisión casi subterránea. Todos creyeron que el protegido de los condes de Landoira había sido ajusticiado.
Sólo una persona adivinó que Rolando vivía. Todas las mañanas, envuelta en un manto negro, una mujer esperaba a fray Diego en la puerta del convento de San Francisco. Cuando el franciscano salía, la señorita de Landoira le preguntaba:
—¿Dónde está? ¿Dónde está?
Pasó un año y el fraile trató inútilmente de curar el alma de Colomba. Nada sirvió. Colomba seguía siempre soñando en el italiano.
—Ahora ya sé dónde está—repetía cuando el fraile la aconsejaba. —Está en mí. Lo veo de noche siempre a mi lado. Me habla. Me dice que nos reuniremos muy pronto. Nadie conseguirá apartarme de él. . .
Una tarde vinieron a avisarle al fraile que se había puesto gravemente enferma la señorita de Landoira. Siete días pasó a su cabecera fray Diego, agotando sus ruegos para que la niña muriese como cristiana. Fué imposible.
Salía el fraile del aposento de Colomba, lleno de aflicción porque la niña había muerto fuera de la religión, cuando el carcelero del Tribunal de la Fe le detuvo.
—El italiano ha muerto. ¿Qué hago con su cadáver?
—Entiérralo secretamente.
—¿Y sus ropas?
—Quémalas.
El médico de la condesa de Landoira, que asistió a doña Colomba en su enfermedad, testificó que tenía una señal roja al lado izquierdo del pecho.
Belcebú Beelzebub, prince of the demons or false gods
fallecer to die
María Luisa de Orleánswife of Charles II and queen of Spain (1679–1689)
Carlos II Charles II last of the Spanish Hapsburgs, king of Spain (1661–1700)
hechizado bewitched
Estelaimaginary city in northwest Spain
Fernando de Aponteproper name
Landoiraproper name
Nicolás de Guzmán y Caraffaproper name
Astiglianoproper name
portador bearer
disponible free, available
Justino Rolandoproper name
Juana Marinoproper name
Enrique Henry, proper name
Colombaproper name
Armarizproper name
forastero stranger, foreigner
entendimiento understanding
sueldo pay, wages, salary
captarse to capture, win
influyente influential
inquisidor inquisitor, member of the inquisition
visitador inspector
Fray Diego de las Llagas Brother James of the Wounds
ausente absent
saloncitodim. ofsalón drawing room
sacudida shock
retemblar to vibrate
disfrutar to enjoy
conque so, so then
jugar to gamble
barro clay
pecador sinner
pecar to sin
plática conversation
pazo manor house
predilecto favorite
veraniego summer
ejercitarse en to occupy oneself in
sospechoso suspicious
espacioso wide
pintor painter
medroso fearful, terrible
penitencia penance
relacionar to associate, connect
inquietud uneasiness
celebrar una conferencia to hold a conference, have a discussion
Santa Enseñanza Holy Teaching, name of convent
niñez childhood
al regreso on his return
abadesa abbess
santitodim. ofsanto little saint
conseguir to succeed in
informe information, news
encaminarse to make one’s way, direct oneself
advertir to notice, observe
tapicería tapestry
librea livery
mueble piece of furniture; pl. furniture
dorado gilded, golden
desnudo naked, nude
seda silk
terciopelo velvet
bata dressing gown
hechura workmanship
frasco flask
pastel pastry
incensario incense burner
mareo sea-sickness, nausea
escotada in low-necked dress, décolletée
joya jewel
encaje lace
prodigar to lavish
caricia caress
baboso drivelling, silly
libertinaje licentiousness
persignarse to cross oneself, make the sign of the cross
flaco lean, frail
maldito cursed
brujería witchcraft
droga drug; artifice, deceit
atontar to stupify
colorete rouge
acariciar to caress
garganta throat
anochecer nightfall, evening
sombrío gloomy
aposento room
canónigo canon
Tomás Resendeproper name
ansiedad anxiety
sospecha suspicion
blandura softness
hechicero wizard, sorcerer; hechicera witch, sorceress
calabozo dungeon, jail
hechizar to bewitch
brujo wizard, sorcerer; bruja witch
manchar to stain, defile
vigilar to watch
distar to be distant
caballero en una mula mounted on a mule
rumbo al bound for the
ponerse al habla to get in touch, have a talk
abad abbot
cueva cave
peña rock
Renato el Florentino René the Florentine, scientist in the employ of Catherine de’ Medici
consejero counselor
Catalina de Médicis Catherine de’ Medici (1519–1589), queen of France
sótano cellar
cerdo pig, hog
bodega wine cellar
pudrir to rot, decay, putrefy
explicación explanation
descomponer to alter, change
semblante expression, face
aqua Tófanapoison water used by Sicilian woman, Tofana, to kill hundreds of Neapolitans in the seventeenth century
veneno poison
Borgiasfamous aristocratic family of Italy and Spain
frotar to rub
gotear to drop, drip
disfraz mask, disguise
portar to wear
vestido de campesino dressed like a peasant
pasillo small passage, hallway
extrañar to surprise, seem strange
chimenea fireplace
mármol marble
tarea task
condesa countess
tijera scissors
aguja needle
prenda article
muñeco doll, puppet
cera wax
semejanza resemblance
rechinar to snip
recorte trimming
uña nail
rizo curl, ringlet
alfiler pin
conjuro conjury, incantation, enchantment, spell
rugir to groan
manejar to handle, wield
apuñalar to pierce, to stab
campanada stroke (of a bell)
disponer to order
brasa live coal, ember
abrasar to burn
derretir to melt
gemido groan
chorro stream, spray
chispa spark
abrigo cover, wrap, overcoat
fiebre fever
incorporarse to sit up
de los que of the sort that
sanar to get well, recover (from illness)
madrugada dawn (Editors’ note: the practice of burning wax figures of one’s enemies is common among primitive tribes in many parts of the world; according to popular belief, the "victims" are supposed to die within a short time)
enterrar to bury
panteón mausoleum
capilla chapel
rezar to pray (over)
cadáver corpse, dead body
desfigurar to disfigure
mancha stain
oscuro dark
litera litter, Sedan chair
manta blanket
sábana sheet
hábito habit, robe
azucena (white) lily
pureza purity
ensueño dream, fantasy
pensativo pensive
más allá de on beyond
aproximarse to approach, come near
soplar to blow
tenaz tenacious, determined
dulzura sweetness
desdén disdain
cabalgar to ride
escolta escort, guard
callado silent
prisión arrest, seizure
desvergüenza shamelessness, impudence
insorportable intolerable
semanalmente weekly
San Juan St. John’s Day, June 24
tapia wall
pendiente de awaiting
ruinoso ruined
paredón thick wall
plazoleta small square
muleta crutch
cojo lame
jorobado hump-backed, hunch-back
escoltar to escort
tuerto blind in one eye
enano dwarf
acarrear to carry in carts
leño firewood
hoguera bonfire
dándose la mano holding hands
varitadim. ofvara wand
avellano hazelnut (tree or bush)
empuñar to grasp
brotar to gush, pour forth
Leviatán Leviathan, large aquatic animal mentioned in Bible
principiar to begin
despojarse de to take off, divest oneself of
luto mourning
protegido protégé
ajusticiar to execute, put to death
adivinar to guess
manto cloak
cabecera bedside
agotar to exhaust
ruego petition, prayer
carcelero jailer