El Préstamo De La Difunta

(Adapted from Vicente Blasco Ibáñez)

I

CUANDO los habitantes del pequeño valle enclavado entre dos montañas de los Andes, se enteraron de que Rosalindo Ovejero pensaba bajar a la ciudad de Salta para asistir a la procesión del célebre Cristo llamado el Señor del Milagro, fueron muchos los que le buscaron para hacerle encargos piadosos.

Años antes, cuando los negocios marchaban bien y era activo el comercio entre Salta, las salitreras de Chile y el sur de Bolivia, siempre había arrieros ricos que costeaban el viaje a todos sus convecinos, para asistir a dicha fiesta. Emprendían el viaje a caballo conduciendo a una mula que llevaba sobre sus lomos una urna con la imagen del Niño Jesús, patrón del pueblecillo. Los organizadores de la expedición se esforzaban para que venciese, por sus ricos adornos, a los santos patronos de otros pueblos.

El viaje de ida sólo duraba dos días. En cambio, el de vuelta, duraba hasta tres semanas, pues los expedicionarios se detenían en todos los pueblos del camino. Organizaban bailes, consumiendo en ellos grandes cantidades de bebidas alcohólicas. Algunas veces este viaje se veía interrumpido por alguna pelea.

Ahora sólo quedaban arrieros pobres y Rosalindo era el único que deseaba seguir la tradición, bajando a la ciudad para acompañar al Señor del Milagro.

Desde que anunció su viaje empezó a recibir visitas de gentes que iban a entregarle un billete de a peso para que comprara un cirio que ardiera en la procesión.

«Toma, hijo, y cómpralo de los más grandes», le decían las viejas al entregarle el dinero.

Después iban llegando los hombres: pobres arrieros endurecidos por los vientos de la cordillera.

«Toma, Rosalindo, para que me lleves un cirio detrás del Señor».

Las gentes sencillas de la Cordillera respetaban mucho al Cristo de Salta, pero les inspiraba más miedo la Viuda del Farolito, una bruja que se aparecía de noche, con un farol en una mano. Ya la habían visto muchos arrieros perdidos en los caminos.

Rosalindo Ovejero contó los encargos antes de salir de su casa y emprendió el camino montado en un caballo que por el momento era toda su fortuna. Llegó a Salta el mismo día de la procesión. Se presentó en la iglesia donde las cofradías escoltaban al Cristo del Milagro. Cumplió fielmente con los encargos recibidos, únicamente que se permitió comprar los cirios más pequeños, reservándose la diferencia de precio para las fiestas después de la procesión. Llevó los cirios acompañado por un amigo. Cuando terminó la fiesta los apagaron, calculando lo que les podrían dar por los cabos. Luego se dedicaron a recorrer los diferentes cafés existentes en la ciudad.

En una de estas visitas tuvieron una riña con varios gauchos del Chaco. Salieron a relucir los cuchillos. Rosalindo hirió a uno de sus contrarios y logró, como pudo, salir hasta las afueras de la ciudad.

—Creo que has matado a uno—dijo el compañero.

Y le aconsejó que se marchase a Chile si no quería pasar varios años en la penitenciaría de Salta.

El camino para huir no era fácil. Tendría que atravesar lo más abrupto de los Andes. Muchos chilenos, huyendo de la justicia de su país, hacían este viaje, y bien podía él imitarlos por idéntico motivo, siguiendo la misma travesía, pero en sentido inverso.

Rosalindo intentó ir a la posada donde había dejado su caballo, pero cuando estaba cerca de ella tuvo que retroceder, aconsejado por el fiel camarada. La policía andaba ya por ahí.

—Hay que huir, hermano—volvió a decirle su amigo.

Sería mejor que tomara el camino más duro y difícil que era el Despoblado. Más allá del Despoblado se encontraba algo peor: la terrible Puna de Atacama, un desierto donde morían los hombres y las bestias, unas veces de sed, otras de frío, y en algunas ocasiones caían abrumados por el viento.

—Si tienes suerte—le decía su amigo,—tal vez en veinte días o en un mes llegues a las salitreras de Chile; ahí podrás encontrar trabajo.

El amigo le dió su cuchillo y toda la pequeña moneda que pudo encontrar en sus bolsillos.

—Toma, hermano; lo mismo harías tú por mí si yo me hubiera «desgraciado». ¡Que el Señor del Milagro te acompañe!

Y Rosalindo Ovejero volvió la espalda a la ciudad de Salta, tomando el camino del Despoblado.

II

Conocía bien todos los caminos y senderos de los Andes, donde hombres y cuadrúpedos son menos que hormigas, trepando lentamente por las peñas de unas montañas que impiden ver el cielo.

Todos sus antecesores habían sido arrieros. No temía a los hombres ni a las fieras. Lo único que le infundía miedo eran los poderes misteriosos que parecían moverse en la soledad. Ovejero tenía un alma religiosa propensa a las supersticiones.

Los más horrendos senderos de la cordillera resultaban lugares deliciosos comparados con el lugar que recorría. El camino se hacía cada vez más desolado y aterrador. Todo era seco, árido y hostil. Caminó días enteros sin encontrar vegetación.

En las primeras jornadas encontró las chozas de algunos solitarios del Despoblado. Más adelante ya no encontró ninguna vida ni vivienda humana. La soledad absoluta; el silencio de las tierras muertas.

Para darse valor recordaba lo que había oído algunas veces sobre los primeros hombres blancos que atravesaron este desierto. Eran españoles con rifles y caballos y no sabían adónde los llevaban sus pasos.

«¡Qué hombres aquéllos!» pensaba Rosalindo. Y se consideraba con mayores fuerzas para continuar el viaje. El, a lo menos, sabía con certeza a dónde se dirigía.

No perdió el ánimo cuando hubo consumido toda su comida. Llevaba una provisión de hojas de coca que, al masticarlas, constituyen un alimento maravilloso. Gracias a la coca podría vivir varios días sin que el hambre y la sed dificultasen su viaje.

Tenía el corazón fuerte de los montañeses y podía respirar sin angustia en aquellas alturas.

Una mañana adivinó que había llegado al punto más difícil del camino. «Debo estar cerca de la difunta Correa», pensó. Conocía la fama de aquel lugar como todos los hijos de Salta.

La difunta Correa era una pobre mujer que se había aventurado a través del desierto, a pie y con una criatura en los brazos. Su deseo era llegar a Chile en busca de un hombre que la había abandonado. Ella y su criatura murieron de hambre y de frío en aquel lugar. Unos vagabundos abrieron una fosa para enterrar a la mujer y a la criatura, colocando sobre el sepulcro un montón de piedras como rústico monumento.

La tumba de la difunta Correa fué desde entonces el lugar de orientación para los que pasan de Salta a Chile. Todo caminante se consideró obligado a rezar una oración por la difunta y a dejar una limosna encima de su sepulcro. Uno de los solitarios iba cada seis meses o cada año, para recoger las limosnas y mandar decir misas. Este asunto era llevado con una honradez supersticiosa. El dinero de las limosnas permanecía meses y meses sobre la tumba sin que los viajeros, en la mayor parte hombres de mala historia, intentaran tocar la más pequeña parte del depósito sagrado.

Rosalindo encontró al fin la tumba. Era un montón de piedras. Dos maderos negros formaban una cruz. Al pie de ella había una vasija de hojalata, un antiguo bote de carne venido de Chicago a la América del Sur, para acabar ahí, sirviendo de caja de limosnas sobre la sepultura de una mujer. Una piedra depositada en el fondo del bote servía para fijarlo sobre la tumba y que no lo arrebatase el viento. Tenía en el fondo unas cuantas monedas.

Rosalindo rezó algunas oraciones y luego sacó el pañuelo anudado en cuyo interior guardaba su dinero. Le quedaba muy poco para hacer una buena limosna. Necesitaba dinero para cuando entrara a la tierra civilizada. Se dedicó a hacer cálculos, cuando un personaje inesperado lo hizo volver a la realidad. No estaba sólo. Vió al otro lado de la tumba un animal que gruñía. Tenía la piel dorada, cubierta de manchas obscuras. Vió también que tenía cabeza de gato, con grandes bigotes y ojos verdes.

Rosalindo conocía estos animales y no le inspiraban miedo. Era un puma. Lo espantó con un grito, tirándole, al mismo tiempo, una piedra. La fiera huyó y se detuvo a corta distancia. Era un guardián de la tumba. ¿Tendría acaso algo del alma de la difunta?

Rosalindo dejó de ocuparse del puma para seguir mirando el bote de las limosnas. Él estaba vivo y tenía poco dinero; en cambio la difunta Correa estaba muerta y no necesitaba comer, ni le era forzoso ir a Chile . . . ¿No podían hacer un negocio honrado la difunta y él?

Rosalindo no quiso aceptar, ni por un instante, la idea de robarse el dinero. Era de una muerta y tenía carácter sagrado. Pero era posible una operación de crédito entre los dos. Pensó que podría llevarse el dinero y dejar un recibo, con la promesa de devolver una cantidad mayor. La difunta Correa era una buena mujer y aceptaría seguramente desde el fondo de la tumba este préstamo. Ganaría con los intereses mayor número de misas.

Recogió todo el dinero depositado en el fondo del bote: ocho pesos y cuarenta centavos. Buscó en su cinto un lápiz y un pedazo de papel y se puso a redactar un documento, que fué empresa larga y difícil. La ortografía había sido el más horroroso tormento de su juventud, a causa de la diferencia entre las letras mayúsculas y minúsculas. Para hacer más solemne el compromiso, metió en cada palabra dos o tres mayúsculas. Después puso su firma: Rosalindo Ovejero. Depositó el recibo en el fondo del bote y se alejó. Nada le quedaba que hacer ahí. Ahora se veía con más dinero para afrontar la vida entre los hombres civilizados.

El puma se había ido acercando con un gruñido hipócrita. Rosalindo se inclinó, enviándole otra pedrada que le hizo huír por segunda vez.

Continuó el gaucho su marcha. Al día siguiente vió la vida vegetal y animal que empezaba a reaparecer en el desierto. La atmósfera resultaba más respirable; el terreno iba en descenso.

A la semana siguiente encontró hombres y durmió en chozas que formaban míseros pueblos.

Siguió bajando y al fin encontró el camino que debía de conducirle a la costa del Pacífico.

III

Pasó cerca de un año trabajando en las explotaciones salitreras establecidas por los chilenos en la costa del Pacífico. El trabajo era duro pero se ganaban buenos jornales. Rosalindo acabó por adquirir el mismo aspecto de los obreros del país.

Cuando llevaba ocho meses trabajando encontró a un hombre de su país que deseaba regresar a Salta. Al saber que su compatriota iba por la Puna de Atacama, Rosalindo pensó en pagar su antigua deuda.

—Tú pasarás por la tumba de la difunta—le dijo a su amigo. —Pues bien, cuando llegues a la sepultura, le dejas bajo la piedra estos treinta pesos. Ella me dió ocho pesos y unos centavos, pero hay que corresponder bien. (Pidió también a su camarada que le enviase por correo el recibo que había dejado en la tumba.)

Transcurrieron varios meses. De pronto se sintió enfermo. Dormía mal y su sueño estaba cortado por terribles visiones. Estas alucinaciones habían empezado una noche en que él se dirigía a su casa completamente borracho.

Una mujer le salió al paso: una mujer enjuta de carnes, con la tez algo cobriza y unos ojos grandes, negros, ardientes. Iba envuelta en un manto obscuro y junto a ella marchaba un niño. . . .Era la difunta Correa; no podía ser otra.

—¿En qué puedo servirla, señora?—dijo quitándose el sombrero.—¿Qué desea de mí?

La mujer permaneció muda, y sus ojos redondos le miraron fijamente. Al entrar en su casucha cerró la puerta, y la difunta, siempre con el niño de la mano, se filtró a través de las maderas.

A la mañana siguiente el gaucho creyó acertar con la explicación de este encuentro. La pobre difunta había venido seguramente a darle las gracias por los intereses con que había acompañado la devolución del préstamo.

Seguro de esta creencia, no se sorprendió al tropezar con la enlutada y con su niño la noche siguiente cuando regresaba borracho a su casa.

—No tiene usted nada que agradecerme—dijo a la aparecida. —La palabra es palabra.

Pero la mujer parecía no oírlo y continuó fijando en él sus ojos inmóviles. La difunta lo acompañó otra vez hasta su cama.

Aquello se repitió varias noches. Rosalindo tomaba cada vez más alcohol.

«Hay en este asunto algo que no comprendo», pensaba Rosalindo. «¿No le habrá entregado aquel amigo el dinero que le di?»

Se dedicó a averiguar el fin de su compatriota. Un vagabundo le dió la noticia de que a su amigo lo habían matado, meses antes, cuando se dirigía a tomar el camino de la Puna.

Rosalindo quedó espantado al recibir esta noticia. Ahora comprendía. La difunta venía a reclamarle el dinero del préstamo.

Deseó que llegara pronto la noche para darle una explicación al fantasma. Cuando la vió le dijo:

—Señora, la falta no es mía; es de un amigo que se ha dejado matar, perdiendo mi dinero. Pero yo pagaré y aumentaré los intereses.

En mucho tiempo no volvió Ovejero a encontrarse a su acreedora.

No pudo encontrar un viajero que fuera hacia el norte por el desierto de Atacama.

«Tendré que enviar uno a mis expensas», pensó. «Esto será caro, pero no importa. Lo principal es dormir con tranquilidad».

Era necesario redoblar el trabajo para reunir el dinero y encontrar a un hombre que lo llevase hasta la tumba . . .

Y este hombre lo encontró al fin . . .

IV

Era un chileno viejo llamado señor Juanito, pero las gentes le habían acortado el título, llamándolo únicamente ño Juanito.

Ovejero lo admiraba. Un hombre de los méritos de ño Juanito sólo necesitaba unas cuantas explicaciones para hacer lo que le encargase, aunque fuera en el otro extremo del planeta. Deleitaba a Rosalindo contándole sus andanzas en el Japón, su vida de marinero en la flota turca y sus expediciones a la California. ¡Lo que podía importarle a un hombre de su temple lanzarse por la Puna de Atacama, hasta dar con la tumba de la difunta Correa!

Teniendo en cuenta lo que iba a costarle el mensajero, insistía Rosalindo en un envío de treinta pesos, pero ño Juanito juzgaba que esto era muy poco.

—Piensa—le decía—que la difunta te está aguardando desde hace muchos meses. Creo que deberías mandar cincuenta pesos.

Rosalindo acabó por aceptar esta cantidad.

Más difícil fué llegar a un acuerdo con ño Juanito sobre sus gastos de viaje. Por menos de cien pesos no se movía de su tierra natal. Él era muy patriota y, como era viejo, sólo por mucho dinero podía correr el riesgo de morirse fuera de Chile. Además, su profesión de músico . . .

—Tú puedes ver cómo buscan, en todas partes, a ño Juanito para que toque la guitarra.

Ovejero convencido se dedicó a buscar la cantidad acordada para que el viaje se realizara cuanto antes. Al fin entregó un día los ciento cincuenta pesos.

—Mañana mismo—dijo el viejo—salgo para la Puna, y me planto en la tumba de esa señora. Antes de un mes me tienes aquí con el recibo.

Ovejero pasó unos días de plácida tranquilidad. Jámas le salía al encuentro la mujer del manto negro.

Transcurrió un mes sin que regresase el viejo. Rosalindo no se alarmó, pero al transcurrir el segundo mes sin que llegase carta, se mostró inquieto.

Precisamente ese día el fantasma volvió a aparecérsele. Tenía los ojos más inquietos y más redondos que nunca.

«Algo pasa que yo no sé», pensaba Rosalindo. «¿Habrán matado a ño Juanito como mataron al otro?»

Averiguó con unos marineros que el famoso ño Juanito no había muerto. Él y su guitarra vagaban por Valparaíso visitando los cafés. El sacrificio de los ciento cincuenta pesos resultaba inútil y la difunta venía a turbar de nuevo sus noches.

«Tendré que ir yo mismo», se dijo con desesperación. «Debo hacer este viaje aunque me siento enfermo y sin fuerzas. Es preciso . . . ; es preciso . . .»

Una noche, con gran sorpresa, no vió a la difunta y a su pequeño. Permaneció despierto aguardando la terrible visita. La tranquilidad de la noche acabó por infundirle un nuevo miedo. Adivinó que iba a pasar algo extraordinario, cuyo misterio aumentaba su pavor.

Así fué.

A la noche siguiente una mujer le esperaba en el lugar donde otras veces había salido a su encuentro la difunta Correa. No llevaba manto negro ni la acompañaba niño alguno. Al estar cerca alzó un brazo, mostrando pendiente de la mano una luz.

Rosalindo la reconoció, aunque no la había visto nunca: era la bruja del Farolito y al mismo tiempo era la difunta Correa.

El brazo seco y verdoso servía de sostén a un farol rojizo que empezó a balancearse.

Rosalindo corrió a su casa y la luz tras de él. Se tendió en la cama y el farol quedó inmóvil ante sus ojos. Más allá vió el rostro de la bruja, maligno y espantoso.

A la mañana siguiente pensó, «Ya que es imposible hacer llegar hasta la tumba de mi acreedora el dinero prestado, iré yo mismo a pagar su deuda».

El tiempo no era propicio para emprender la travesía de la cordillera. Iba a empezar el invierno. Pero Rosalindo movía la cabeza de un modo triste, cuando le aconsejaban que desistiese del viaje. Los otros no podían adivinar que su resolución no esperaba demoras.

Necesitaba ir a la tumba del desierto para recuperar su tranquilidad. Malvendió todos los objetos que tenía, compró víveres y una mula vieja. Al fin partió.

Los arrieros que lo encontraban en el camino le daban consejos, diciéndole que se volviera atrás. Un viento de hielo soplaba en la cordillera. En las vertientes se encontró a un arriero boliviano que venía huyendo de los huracanes.

—No pase—le dijo;—allá arriba es imposible que pueda vivir nadie.

Pero Rosalindo necesitaba pagar su deuda. Siguió adelante hasta llegar a la terrible Puna. Entró en el inmenso desierto sin agua y sin vegetación.

Una mañana, en mitad de la jornada, la mula dobló las patas y fué imposible hacerla caminar. Ovejero comprendió que tenía que seguir solo. Al marchar sin la seguridad proporcionada por el cuerpo de la mula, se vió envuelto en las ráfagas que giran sobre la desolada inmensidad, levantando columnas de una arena cortante. Tuvo muchas veces que tenderse en el suelo para resistir el empuje de los torbellinos. Era tal su voluntad de avanzar que marchó a gatas. El frío había penetrado hasta sus huesos dejándole yertos los brazos. En torno a su boca el aliento se convertía en hielo. Todo el calor de su cuerpo parecía concentrarse en su cabeza y sus piernas.

Al fin vió la tumba. Empezaba a soplar de nuevo el huracán cuando llegó ante el sepulcro del desierto. «¡Al fín! . . .» ¡Cómo había deseado este momento! Intentó quitarse el sombrero, pero no pudo. No sentía las manos ni tampoco los brazos. Quiso hablar, pero las palabras no salían de su boca. Sería suficiente hablar con el pensamiento.

«Aquí estoy, difunta Correa», dijo mentalmente. «He tardado pero no fué por mi culpa. Traigo el préstamo con los intereses . . . ; son cuarenta pesos . . . ; no he podido traer más. . .»

Quiso sacarlos de su cinto, pero no pudo mover las manos. Hizo un esfuerzo terrible sin conseguir siquiera mover los brazos. De pronto se doblaron sus piernas y cayó de rodillas. Su voluntad le gritaba, «No te tiendas . . . ; no te entregues . . .» Pero no pudo resistir, se fué acostando lentamente. Quería dormir y quería hablar. Él había traído el dinero: ¿por qué no quería aceptarlo la difunta? «Le digo», continuó mentalmente, «que no fué culpa mía . . . , que todos me engañaron . . .»

Notó repentinamente que alguien le oía. Le era imposible levantar la cabeza del suelo, pero oyó que alguien se aproximaba. Debía ser la difunta Correa, tal vez venía con ella la bruja del Farolito.

De pronto algo enorme y obscuro se interpuso entre su cara y la luz del desierto invernal. Ovejero vió unos ojos redondos junto a sus propios ojos. Inmediatamente oyó junto a él un rugido. Vió ante sus pupilas un hocico hambriento, bordeado de dientes de marfil. Sintió sobre su pecho dos patas enormes que lo apretaban contra la tierra, manteniéndolo en la inmovilidad de la presa vencida.

Era el puma.

préstamo loan

enclavado set, located

Rosalindo Ovejeroproper name

Saltacity in northern Argentina, founded in 1532

milagro miracle

encargo charge, commission

piadoso pious

salitrera saltpeter mine

arriero muleteer, teamster

costear to pay one’s expenses

convecino neighbor

lomo back

pueblecillodim. ofpueblo little village

esforzarse to exert oneself, strive

adorno adornment

expedicionario messenger

bebida drink

pelea fight

billete de a peso a one-peso bill

cirio candle, taper

endurecido hardened

cordillera mountain range

farolitodim. offarol lantern

bruja witch

cofradía brotherhood, association

escoltar to escort

existente existing

riña quarrel, dispute

gaucho herdsman, cowboy

Chacoregion in central part of South America

relucir to shine

cuchillo knife

afueras outskirts

abrupto rugged, craggy

travesía crossing, route, passage

inverso inverse, opposite

posada inn, tavern, hotel

retroceder to fall back, retreat

despoblado wilderness, desert

más allá de beyond

puna high arid tableland, desert mesa

Atacamaprovince in northern Chile

bestia beast

abrumar to crush, overwhelm

moneda coin, change

desgraciarse to get into trouble

sendero path

cuadrúpedo quadruped, animal

hormiga ant

trepar to crawl, climb

peña rock, crag, cliff

antecesor ancestor

fiera wild animal

infundir to infuse, instill

propenso inclined, disposed, prone

horrendo dreadful, fearful

delicioso delightful

aterrador terrifying

jornada day’s journey, journey

choza hut, cottage

vivienda habitation, abode

certeza certainty

provisión supply, store

coca coca, South American shrub

masticar to chew

alimento food

dificultar to render difficult

montañés mountaineer

adivinar to guess, conjecture

Correaproper name

aventurar to venture, risk

fosa grave

enterrar to bury

sepulcro tomb, grave

montón pile, heap

caminante traveler

rezar to pray

limosna alms

mandar decir misas to order masses to be said

honradez honesty

viajero traveler

madero timber

vasija receptacle

hojalata tin

bote can, container

sepultura tomb, grave

arrebatar to carry off

anudar to knot, tie

cálculo calculation, figure

inesperado unexpected

gruñir to growl, snarl

dorado gilded, golden

mancha spot

bigote whisker

forzoso necessary, indispensable

recibo receipt, I.O.U.

centavo cent

cinto belt

redactar to draw up

ortografía spelling

horroroso dreadful

tormento torture

mayúsculo capital, large letter

minúsculo small letter

compromiso pledge, obligation

firma signature

afrontar to face

gruñido growl, snarl

enviándole otra pedrada throwing another stone at him

reaparecer to reappear

respirable breathable

iba en descenso fell away, sloped downwards

mísero miserable, wretched

explotación exploitation

jornal wage

obrero worker

cuando llevaba ocho meses trabajando when he had been working eight months

regresar to return

deuda debt

transcurrir to pass, elapse

alucinación hallucination

borracho drunk, intoxicated

le salió al paso came to meet him, crossed his path

enjuto dried, lean, skinny

tez complexion, hue, skin

cobriza copper-colored

envueltop.p. ofenvolver wrapped

manto cloak

casucha miserable hut

explicación explanation

devolución return

creencia belief

enlutada woman in mourning

inmóvil motionless

fantasma ghost, apparition

acreedor creditor

Juanitodim. ofJuan Johnny

ñocorruption ofseñor, used by uneducated classes

deleitar to delight

andanza adventure

flota fleet

turco Turkish

temple temperament, disposition

dar con to strike, reach

mensajero messenger

envío remittance

gasto expense

tierra natal native land, birthplace

toquepres. subj. oftocar to play

plantarse en to reach, arrive at

le salía al encuentro came to meet him

vagar to wander

Valparaísoprincipal port of Chile, on the Pacific

pavor fear, dread, terror

pendiente hanging

verdoso greenish

sostén support

rojizo reddish

balancearse to swing, wave

maligno malignant

espantoso frightful

propicio propitious, suitable

demora delay

recuperar to recover, get back

malvender to sell at a loss, sacrifice

víveres provisions, victuals

viento de hielo icy wind

soplar to blow

vertiente slope

pata paw, foot, leg; doblar las patas to lie down; give up, quit

ráfaga violent squall, sudden gust of wind

girar to whirl, blow about

arena sand

cortante cutting, sharp

empuje push, force

torbellino whirlwind

a gatas on all fours

yerto stiff, rigid, inert

repentinamente suddenly

aproximarse to come near, approach

se interpusopret. ofinterponerse interposed itself, came between

invernal wintry

rugido roar

hocico snout, muzzle

hambriento hungry

bordeado bordered, edged, lined

marfil ivory

inmovilidad motionless state, fixed position

presa prey, catch