Escena VIII
DICHOS y MARUJA por la segunda izquierda
MAR. ¡Ah! ¡Estaban ustedes aquí! No sabía
nada.
BLASA. ¡Hola, Marujita! Nos dijeron tus tíos
que andabas por arriba ocupada, y no hemos querido
llamarte.
MAR. Sí, señora; he estado arreglando la habitación
para mi pobre primo.
BLASA. ¡Siempre tan buena y tan hacendosa!
Eres una alhaja.
MAR. Favor que usted me hace.
BLASA. No, hija, no; justicia. Eso precisamente
le estaba diciendo a Pío cuando llegaste. Maruja
hará la felicidad de cualquier hombre. Dichoso tú si
encuentras una mujer de sus condiciones.
MAR. ¡Doña Blasa, por Dios! Me parece que
para ama de cura soy demasiado joven.
BLASA. ¿Cómo ama? Si no se trata de eso. Por
lo visto tú ignoras que éste ha colgado ya los hábitos.
MAR. ¡Es posible!
BLASA. Como lo oyes. Ahí le tienes, resuelto a no
volver al seminario.
MAR. ¿Qué me cuenta usted?
BLASA. Ya no quiere ser cura. (Pío se abanica
con el sombrero.)
MAR. ¡Vaya con Pío!
BLASA. Lo que demuestra este cambio tan completo,
es que este chico está enamorado.
(Se abanica Pío.)
MAR. ¿Y de quién?
BLASA. Lo ignoro. Ya sabes lo reservado que es;
no hay modo de sacarle una palabra del cuerpo. (A
ver si tú con maña consigues averiguarlo.) Vaya,
Marujita, yo me voy, que ya es tarde.
PÍO. ¡Sí, vámonos, vámonos!
BLASA. ¡No, hombre, no! Tú quédate para esperar
a Carlitos. Sois amigos de la infancia. (Ésta es
la mejor ocasión. Aprovéchala.) Adiós, hija.
MAR. Vaya usted con Dios, doña Blasa.
BLASA. Adiós, hija mía; hasta otro rato; que no
haya novedad. (Vase foro derecha.)